En un episodio titulado “The Library” de la popular serie de televisión Seinfeld, Jerry y Kramer conocen a un “oficial de investigación bibliotecaria” llamado teniente Joe Bookman. Al escuchar su nombre, Kramer responde ingeniosamente: “¡Es como si un heladero se apellidara Cono!” Aunque este ejemplo ficticio es un gran uso del humor observacional que popularizó esta comedia de larga duración, la idea de que el nombre de una persona pueda corresponderse con su ocupación o su personalidad no parece estar tan lejos de la realidad. De hecho, ha habido tantas instancias de este fenómeno en la cultura popular y en la vida cotidiana que incluso se le ha asignado un nombre: determinismo nominativo.
Sin embargo, aunque es evidente que existen incontables ejemplos de determinismo nominativo en nuestra conciencia cultural, sigue siendo un tema de amplio debate: ¿el nombre de una persona determina quién es o en quién se convierte, o se trata de una simple casualidad? La respuesta es más compleja de lo que parece a primera vista.
¿Qué es el determinismo nominativo?
El determinismo nominativo es una teoría que sostiene que el nombre de una persona puede influir en su trayectoria profesional, sus intereses o incluso su personalidad. La idea ha ganado mucha tracción en las últimas décadas, probablemente en parte porque resulta muy divertido cuando aparece. Cuando se nos presenta a una meteoróloga llamada Amy Freeze o a un cirujano ortopédico llamado Dr. Stephan Bone (ambos ejemplos del mundo real), no podemos evitar sentirnos entretenidos por esta serendipia tan explícita.
Pero, debajo de la diversión inicial, también surge la curiosidad: ¿estas personas se sintieron influidas, ya sea de manera personal o cultural (aunque fuera de forma sutil), por sus nombres hacia sus destinos? ¿O fue pura casualidad?
¿De dónde viene esta idea?
Aunque el término determinismo nominativo no se acuñó sino hasta la década de 1990, el concepto existe desde mucho antes. En 1994, editores de la revista británica New Scientist escribieron sobre un artículo de investigación acerca de la exploración polar, cuyo autor se llamaba Daniel Snowman. Divertidos, pidieron en broma a las personas lectoras que enviaran más ejemplos de individuos cuyos nombres coincidieran con sus profesiones, y la respuesta fue abrumadora. A partir de ahí, el determinismo nominativo se convirtió en un tema recurrente en la publicación y empezó a ganar mayor tracción cultural.
Pero las raíces de la idea se remontan aún más atrás. Carl Jung, el célebre psiquiatra suizo, exploró algo similar en su teoría de la “sincronicidad”, coincidencias significativas que no pueden explicarse por causa y efecto. Señaló, por ejemplo, el caso del conocido psiquiatra de apellido Freud (del alemán freud, que significa “alegría”), cuyo trabajo exploró la mente inconsciente y la búsqueda del placer. El interés de Jung por los nombres y el destino sentó parte de las bases intelectuales de la fascinación actual por el determinismo nominativo.
También existe un precedente histórico en los apellidos. En muchas culturas, los apellidos se originaron en profesiones: Smith, Baker, Carpenter, Taylor, Shepherd. Estos nombres no se asignaban al azar; reflejaban el oficio de la persona o de su familia. Por supuesto, esto es ligeramente distinto del determinismo nominativo; en aquel entonces, la gente heredaba tanto el nombre como el trabajo. Pero, en la actualidad, cuando las trayectorias profesionales no están atadas al apellido, ver a alguien de apellido Butcher trabajando en una carnicería todavía llama la atención.
Cómo explica la psicología el determinismo nominativo
Una de las teorías psicológicas más citadas que respaldan el determinismo nominativo es el egotismo implícito. Se define como la tendencia inconsciente de las personas a sentirse atraídas por cosas que se parecen a ellas mismas, incluidas las letras de sus propios nombres.
En un estudio de 2002 publicado en The Journal of Personality and Social Psychology, los investigadores Pelham, Mirenberg y Jones encontraron que las personas tenían una probabilidad desproporcionada de trabajar en campos que compartían similitudes con sus nombres. Por ejemplo, individuos llamados Dennis o Denise tenían más probabilidades de convertirse en dentistas. Las personas llamadas Lawrence tenían más probabilidades de convertirse en abogados. Las y los investigadores también descubrieron correlaciones entre los nombres de las personas y las ciudades en las que vivían, las parejas que elegían e incluso las marcas que preferían.
Por supuesto, el egotismo implícito no significa que la gente elija conscientemente profesiones que coincidan con sus nombres. Es algo más sutil. La teoría sugiere que nuestros nombres pueden influir en nuestras preferencias, decisiones e incluso en el sentido de identidad con el tiempo, guiándonos hacia ciertos caminos con más frecuencia de lo que predeciría el azar.
¿Existe otra explicación?
Si bien la psicología ha realizado intentos notables por explicar el determinismo nominativo, la realidad es que la causa está lejos de entenderse por completo a nivel científico. Más allá de que el egotismo implícito sea la explicación más estudiada, también se han propuesto muchas otras explicaciones psicológicas y culturales. En la segunda parte de nuestra serie sobre determinismo nominativo, Determinismo nominativo: ¿hecho, ficción o anécdota?, desglosamos más a fondo estas teorías e intentamos lograr una comprensión más completa de este fascinante fenómeno cultural.
