El hecho de que casi nadie se siente ya a leer (o, al menos, esa es la impresión que puede dar) es un síntoma de múltiples influencias culturales y sociales que ocurren al mismo tiempo. Sin embargo, esta falta de hábito de lectura es más que un simple cambio de preferencia; está teniendo un impacto real en generaciones enteras, incluidas aquellas que crecieron disfrutando del aroma terroso de un libro recién impreso.

¿Por qué ya nadie lee?

Aunque parezca que nadie lee hoy en día, eso no es del todo cierto. Lo que es cierto es que la gente lee menos que antes. Los datos muestran que las personas que disfrutan de los libros están leyendo tres libros menos por año en comparación con 2016. La cantidad total de tiempo dedicada a la lectura también ha disminuido, y esto apunta a una tendencia muy importante que está pasando desapercibida: no se trata de los libros en sí, sino de la palabra escrita en general.

Hay tres factores principales detrás de esta disminución en la lectura: la cultura, la influencia social y la biología.

Presión social, cultura y lectura

Es fácil notar cómo la identidad social en muchos lugares entra en conflicto con la lectura. Leer por placer ha disminuido con el tiempo a medida que aumentan los compromisos en otras áreas. Según la OCDE (la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos), el tiempo libre se ha reducido significativamente en muchos lugares desde la década de 2010, con países como España mostrando una reducción del 10% o más en el tiempo disponible.

Hoy en día, las personas pasan más de tres horas adicionales al día en sus teléfonos en comparación con 2010, y cuando se comparan las actividades de ocio (incluyendo tareas básicas como “pensar”), la lectura fue la que obtuvo el puntaje más bajo entre todas las formas de ocupar el tiempo. La combinación de mayor acceso a la tecnología y menos tiempo libre genera menos oportunidades (¡o razones!) para leer.

Muchos escenarios que en el pasado obligaban a leer, incluso a quienes no eran aficionados, están desapareciendo. Los audiolibros eliminan la necesidad de consumir medios físicos, y tecnologías de IA como Google Home y Alexa pueden responder preguntas que antes requerían revisar varias páginas web.

La sociedad acelerada de hoy también favorece la inmediatez, con muchas interacciones que presuponen tiempos de respuesta rápidos. Hay menos aceptación social de dedicar tiempo a la lectura; ¿por qué pasar horas leyendo páginas de texto cuando funciones simples como Ctrl+F o modelos de lenguaje pueden llevarlo directamente a la información que necesita?

La biología de la atención

Otro factor clave que influye en el declive de la lectura es el cambio en la capacidad de atención. La tecnología ha transformado el funcionamiento fisiológico del cerebro, y esto, combinado con los cambios culturales y sociales mencionados, ha creado la tormenta perfecta para desincentivar la lectura.

La atención está gobernada por la corteza prefrontal, que dirige otras regiones del cerebro para enfocarse en atributos específicos de la situación actual. El tálamo, por ejemplo, regula la activación del cuerpo: la energía que se destina a la percepción. Cuando una persona percibe y luego “resuelve” aquello que le llamaba la atención, recibe una recompensa llamada dopamina.

La dopamina es el sistema de recompensa natural del cuerpo. Motiva a las personas a actuar de ciertas formas al otorgar placer. La tecnología actúa directamente sobre este sistema, alterando lo que antes hacía que la lectura fuera una recompensa por sí misma.

Por qué somos menos atentos que antes

Los libros solían ser atractivos porque eran una fuente de dopamina. Terminar un capítulo, descubrir la siguiente parte de la historia o conversar sobre un libro con amistades eran fuentes poderosas de esa recompensa. Sin embargo, el sistema de dopamina de la humanidad moderna ha empezado a funcionar de manera diferente.

Cambio fisiológico

La dopamina ahora abunda gracias a la tecnología. De hecho, esta se ha diseñado específicamente para aprovechar los canales de recompensa de las personas y modificarlos con el tiempo. Por ejemplo, el algoritmo de Instagram le muestra a los usuarios lo que quieren ver. Sin embargo, el espacio entre esos contenidos deseados aumenta poco a poco mientras uno sigue desplazándose, calculado de forma precisa para mantener la atención. Si la recompensa llega demasiado pronto, la persona deja de desplazarse. Si tarda demasiado, la abandona. Este algoritmo está diseñado con la misma lógica que el juego de apuestas.

Los estudios muestran que cuando las personas realizan estas conductas, las vías de dopamina en el cerebro cambian con el tiempo. Esta alteración física genera la compulsión de necesitar dosis más frecuentes de dopamina, reduciendo la tolerancia hacia actividades largas que ofrecen la recompensa solo al final. Leer se vuelve demasiado esfuerzo.

Cambio sistémico

Desde una edad temprana, los niños están más expuestos a la tecnología que nunca. Al crecer, su umbral de recompensa de dopamina es más alto porque se acostumbran a obtenerla de manera inmediata. ¿Por qué invertir tanto tiempo para obtener la misma recompensa (leer) cuando se puede conseguir en minutos?

Ellos también experimentan alteraciones fisiológicas en su sistema de dopamina, pero a menudo con un efecto aún mayor que los adultos. Hoy es normal que los niños pasen varias horas al día frente a la televisión o con tabletas, y esto está reconfigurando sus cerebros. ¡Aunque los adultos tampoco son inmunes! La exposición a las redes sociales ya forma parte de la cultura misma; solicitudes de empleo se hacen directamente en LinkedIn, algunas empresas responden más rápido por Facebook Messenger, y ciertas disciplinas (como el arte) prácticamente exigen tener presencia en Instagram. Incluso si alguien quiere evitar la tecnología, se está volviendo casi imposible.

División de la atención

Otra razón, quizá menos obvia, por la que la gente batalla para leer es que les cuesta concentrarse. Reciben dopamina de múltiples fuentes (teléfonos, televisores, familia, música, etc.), lo que significa que la capacidad del tálamo de priorizar una fuente sobre otra se ve reducida.

Los libros exigen más atención que otras formas de medios, pero suelen ofrecer una recompensa de dopamina menor y más tardía que las fuentes rápidas. No es de extrañar que la lectura esté perdiendo terreno. Las personas son menos propensas a dedicar más de su atención dividida a algo que requiere más esfuerzo y más tiempo para recibir una recompensa que, en muchos casos, resulta menor a lo que pueden obtener en pocos minutos. Mantener una atención fuerte y regular los centros de dopamina del cerebro requiere esfuerzo consciente. Siéntese a leer ese libro, incluso si preferiría hacer otra cosa. Puede tomar tiempo, pero usted puede reentrenar a su cerebro para disfrutar la dopamina de una novela de desarrollo lento tanto como de un meme gracioso (¡y no tienen que ser excluyentes!).

Sobre del autor
Carrie Ott

Carrie Ott

Carrie Ott es una escritora de negocios multilingüe, editora y entusiasta de la herpetocultura.