Casi todos los productos que llegan a nuestras manos estos días han recorrido ya un impresionante camino alrededor del mundo. El 97% de nuestra ropa se produce en el extranjero, normalmente en fábricas de confección como las de H&M en Asia o Nike en Brasil. Los automóviles fabricados por empresas estadounidenses como Tesla o GM tienen piezas procedentes de países como China, Alemania y Hungría. Y tanto si estás tecleando en el trabajo como si estás haciendo scroll por diversión, puedes estar seguro de que las piezas de tu dispositivo electrónico han pasado algún tiempo en países como Corea y China antes de llegar a ti.

La mayoría de nosotros no tenemos esto en cuenta en el momento de la compra, especialmente cuando compramos a una empresa estadounidense como Apple, Nike o Ford. Sin embargo, si esta interconexión desapareciera de repente, sin duda seríamos conscientes de la mala elección de productos y de los precios astronómicos a los que nos enfrentaríamos al instante. El proceso al que ahora nos referimos como globalización está tan intrínsecamente ligado al mundo actual como lo están entre sí sus países miembros, y todo ello puede remontarse al maravilloso y a veces brutal sendero que iba de Asia al Mediterráneo conocido como la Ruta de la Seda.

Cómo se originó la Ruta de la Seda

Una de las materias primas más preciadas de la época de BCE era un lujoso tejido conocido como seda, cuya producción era un secreto celosamente guardado que los chinos supieron mantener durante siglos. Los forasteros no sabían cómo se utilizaban los gusanos de seda para crear este magnífico material brillante, pero los romanos sí sabían que tenían que tenerlo, ya que la seda se convirtió en un símbolo de estatus e incluso en una especie de manía entre la élite romana. Los astutos comerciantes se percataron del desequilibrio entre la oferta y la demanda, y empezaron a buscar la manera de llevar este material a Occidente.

Cómo funcionaba la Ruta de la Seda

Un comerciante chino no se limitaba a cargar sus sedas y atravesar las arenas del desierto a lomos de un camello hasta llegar a Atenas. Las mercancías cambiaban de manos muchas, muchas veces, y las transacciones solían realizarse en los principales centros comerciales, mercados y, finalmente, puertos. Tras el trueque o la compra con oro, las mercancías pasaban al siguiente tramo de la ruta, a menudo en caravanas protegidas por guardias. No existía una única «Ruta de la Seda», sino más bien una vasta red de caminos que llegaban (y creaban) importantes ciudades por toda Asia, Persia, la India, el norte de África y el sur de Europa.

Cómo se expandió la Ruta de la Seda

La Ruta de la Seda creció no sólo geográficamente, sino también en el alcance de sus productos e influencia. Todos los países participantes contribuyeron a este intercambio, y los comerciantes pronto intercambiaron sedas por especias, especias por perlas y perlas por razas de caballos occidentales. La gente de todas partes estaba encantada con estos nuevos productos, y orgullosa de compartir sus propias contribuciones.

Comunicación en la Ruta de la Seda

Antes de este periodo, las comunidades y los países habían estado relativamente aislados y vigilados. Las historias del mundo exterior llegaban a través de algún explorador fortuito o de alguna tribu nómada, pero las interacciones entre diferentes culturas y hablantes de otras lenguas eran generalmente escasas. Sin embargo, en este incipiente frenesí comercial, todo el mundo se vio unido y obligado a comunicarse. La variedad de lenguas era un reto evidente, y los distintos sectores de las rutas de la seda desarrollaron su propia lingua franca. El chino era la norma hacia Oriente, el persa era la lengua de los negocios en Oriente Próximo y otras zonas necesitaban una plétora de intérpretes y traductores para cerrar los tratos.

El intercambio de ideas y culturas

Con el paso del tiempo, el intercambio de mercancías se convirtió en algo mucho más complejo, ya que los comerciantes, mercaderes y clientes no sólo compartían productos, sino también sus lenguas, modos de vida e incluso religiones. Se descubrieron métodos agrícolas como la agricultura en terrazas y nuevos cultivos como el melocotón y la uva. El trabajo de artistas y artesanos llegó a nuevos públicos, que se maravillaron ante la caligrafía de Persia y estilos nunca vistos como el arte greco-budista. La tecnología, como la producción de pólvora, se extendió y acabó cambiando nuestro mundo, para bien o para mal, para siempre.

La globalización y el legado de la Ruta de la Seda

La Ruta de la Seda dejó un legado notable, rompiendo el patrón histórico de sospecha y hostilidad que normalmente acompañaba a los encuentros entre culturas y pueblos diferentes. En su lugar, surgió una nueva curiosidad, que finalmente condujo al desarrollo de la tolerancia y la aceptación hacia diversas culturas y pueblos. El budismo se extendió de la India a China y más allá. Las enseñanzas del Islam de Arabia encontraron nuevos hogares en el sudeste asiático y en África, donde continúan hoy con más fuerza que nunca. Esta nueva apertura e intercambio de ideas allanó el camino a la globalización, impulsando el crecimiento del comercio mundial y nuestra inteligencia colectiva compartida.

Sobre del autor

Justin Benton

Justin Benton

Justin Benton es un escritor y profesor de inglés radicado en Colombia.